Durante muchos años a lo largo ya de una vida agitada por los vaivenes de la acción política, he escuchado en múltiples ocasiones, que se hacen habituales en la cotidianidad de las calles, la falta de participación política de los ciudadanos, ya sea para cuestiones locales, o en temas nacionales. De igual forma, he escuchado, no sé cuántas veces, pretendidas explicaciones sobre la ausencia de la participación de amplios sectores de la población, en cuestiones que van desde la aplicación presupuestal hasta la definición de un comité de vecinos en régimen condominal. Las razones que dan cuenta de la apatía e indiferencia de los ciudadanos en torno a lo público, son variadas y ninguna de ellas puede considerarse única y acabada.
¿Vale la pena participar en la vida pública? Nadie pone en duda la importancia de la participación ciudadana, pero hasta el momento, por lo menos en nuestro país, el déficit de participación sigue siendo grave. A pesar de la existencia de una gran red de organizaciones no gubernamentales a través de la geografía nacional, los niveles absolutos de participación siguen siendo bajos.
¿Dónde participan más los ciudadanos? Un amigo hace tiempo me comentaba que, sin duda, en las zonas indígenas la participación de la gente era mayor que en las ciudades por la simple razón de los lazos comunitarios aún presentes en zonas rurales del país, poniéndome como ejemplo las asambleas comunitarias en Guerrero, Oaxaca o Chiapas. Mientras me explicaba con paciencia que en las grandes ciudades las personas se dedican a trabajar y a vivir prácticamente fuera de sus barrios y colonias, lo que les aleja de sus vecinos y diluye los lazos sociales con ellos. En una primera reacción, le observaba que tenía razón, más sin embargo, me saltaban algunas dudas pertinentes: ¿cómo era posible que en la Ciudad de México se contará con una legislación avanzada en materia de Participación Ciudadana?, argumentando que en prácticamente todos los ayuntamientos del país se cuenta con una oficina de Participación Ciudadana.
En una lectura rápida de la anterior situación, concluyó que nunca ha sido ni será lo mismo la participación política en las zonas rurales, como también siempre se ven distintos los niveles de participación ciudadana en las ciudades, y aquí estamos empleando dos términos que impactan en la primera pregunta que hemos formulado: ¿participación política o participación ciudadana? Son dos hechos distintos, que se alimentan, pero que pueden considerarse en ocasiones contradictorios. De hecho parte del discurso de muchas organizaciones sociales, es que buscan la participación ciudadana, y niegan ser políticas, más bien se dicen incluso apolíticas, y ven con repulsión toda acción al interior de un partido, un sindicato, una organización política. En ese sentido se considera sólo la participación ciudadana, y no política, por lo que equiparar una participación en una asamblea comunitaria se tomaría como política y no como ciudadana; es más, algunos consideran que la ciudadanía como concepto no está desarrollado en las zonas rurales y marginales del campo mexicano, y que para ser ciudadanos “en pleno goce de derechos” se debe de estar en las ciudades, donde se encuentran las condiciones mínimas para ejercer ciudadanía.
Los cabos para dar con una real y efectiva participación política ciudadana, pasan forzosamente por la aceptación de la presencia de la organización comunitaria, ya sea en la ciudad como en los pueblos. El tema entonces pasa al terreno de lo organizativo. No puede haber participación, ya sea política o ciudadana, si no hay organización. En los ayeres de la lucha política, se discutía la centralidad del discurso de clase y poco o casi nada, se hablaba de ciudadanía como concepto, la cual se ubica más en la construcción de los referentes de la democracia formal, que en los límites de la lucha política por las clases sociales. Algunos incluso han hecho la sustitución: ya no son obreros, ni campesinos los objetos del discurso, sino la ciudadanía como categoría teórica. Como sea, en el fondo el asunto es la organización para la participación
Estoy convencido que nunca veremos a la totalidad de los ciudadanos reunidos en una plaza pública para tomar una decisión de gobierno, para eso existe el campo de la representación política; pero estoy seguro que para lograr mayor control del gobierno, se necesita que los ciudadanos participen decididamente en la organización comunitaria vecinal, tanto en el campo como en las ciudades. Los nudos que presentan aún los marcos legales donde se han aprobado leyes de participación ciudadana, y la ausencia de los mismos en algunos casos, sólo pueden ser rotos por la acción cotidiana de la gente-ciudadana-clase, por medio de la organización de voluntades. El gran nudo sigue siendo la organización, las formas de convivencia intergrupal y personal, así como la forma de entender y asimilar la “política”.
Vivimos tiempos muy complicados, donde se ha avanzado en legislaciones que tutelan la acción de la participación ciudadana en la vida pública y, por lo tanto, moldean su participación política, donde encontramos retrocesos cada vez más graves por el deterioro de los lazos comunitarios. Las voces que claman por una participación ciudadana “apolítica”, no sólo se multiplican sino que se vuelven objeto de culto, y están encaminadas a minar más aún las formas comunitarias, tanto rurales como urbanas, de participación. El gran nudo que estamos viendo en la sociedad, es que en la búsqueda de mayor participación de la gente, el discurso contra la participación política ha debilitado las formas de organización social, porque al final, como le decía a mi viejo amigo, toda participación deriva de un esfuerzo organizativo, y toda organización social es una forma de participación política. Así las cosas, no nos extraña que cuando más participación ciudadana se necesita para vigilar a los gobiernos, estos respondan con mayores desencantos. Sigo creyendo que para romper el nudo gordiano en la participación, se requiere la espada de la organización. Sin esta última poco podemos avanzar.