En 1982, en su último informe de gobierno, José López Portillo anunciaba una acción de gobierno que pocos creían posible: la nacionalización de la banca mexicana, que otorgaba al estado, el control del sistema financiero nacional. En ese momento, el enfrentamiento entre el gobierno y los sectores privados llegaba a su máximo nivel, y se revelaba con toda su magnitud, el fondo de la crisis económica que era ya imposible de ocultar; “Soy responsable del timón, pero no de la tormenta”, se justificaba el que también se autollamó, el “último presidente de la Revolución”.
El sexenio de López Portillo terminó en medio de una feroz crisis económica, que estuvo a punto de enviar al país a la moratoria frente a sus acreedores; situación que fue evitada por la generación de tecnócratas que arribaron al gobierno federal, y que rápidamente se pusieron a trabajar para devolver la banca al sector privado y empujaron al estado a deshacerse de grandes empresas estatales, imponiendo el modelo neoliberal como remedio para salir de la crisis; crisis que llegó y envío a miles a la pobreza de la noche a la mañana, volviendo esta una cotidianidad para muchos años. En la radio de la época se podía escuchar a un grupo musical que hacia mofa de la situación: “quien pompo, quien pompo”, cantaba alegremente Chico Che y la crisis.
En un ambiente donde los productos se re-etiquetaban todos los días, donde los productos de la canasta básica entraban a dominios inalcanzables para grandes sectores de la población, donde la inflación se desbordaba a cientos por cientos, la desconfianza en los políticos se acrecentaba. Sólo para recordar: un kilo de huevo en 1979 costaba en la capital de la República $1.35 pesos; en 1986, el precio era de $420 pesos[i]. La generación que en los años ochenta vivía su infancia, hoy como papás y mamás acude al mercado a comprar un kilo de huevo en $24 pesos aproximadamente. Recordemos que ya no hay precio regulado y está al libre mercado. Esa generación de niños y niñas ochenteros, que vio también cómo desaparecían tres ceros en nuestro sistema financiero hacia entrada su adolescencia a principios de los 90´s, han seguido escuchando hasta el cansancio la palabra crisis. Sólo para no dejar pasar la oportunidad, y en un ejercicio provocador, si los ceros no hubieran desaparecido, ¿el costo del kilo de huevo sería de $24,000? Es decir, la famosa y tan citada crisis nos llevó de $1.35 pesos el kilo de huevo, a ¡$24,000! En términos muy concretos, si alguien tenía 7 años, y compraba un kilo de huevo en la tiendita de la esquina por órdenes de su mamá en $1.35 pesos, y hoy acude a la misma tiendita a comprar un kilo de huevo, ¿estará pagando 24 mil veces más?
Sin duda la palabra crisis la hemos empleado tantas veces en nuestra cotidianidad, que hoy parece ya no representar nada. En la actualidad se gasta la palabra acompañándola de crisis alimentaria, crisis energética, crisis de seguridad, etcétera.
Para vastos sectores la crisis en endémica, están tan acostumbrados a ella, que los discursos para salir de ella no les atraen, no les convencen. Si en los ochentas la crisis significó la perdida de la confianza en un régimen y sus políticos, el nuevo siglo nos revela la dimensión de los estragos de la misma.
Entre los profesionales de la Protección Civil es común escuchar la advertencia de qué peligroso acostumbrarse al riesgo. Si una familia que habita en una ladera inestable, la cual nunca ha tenido un deslizamiento pero que tiene un alto riesgo de presentar en cualquier momento un movimiento de tierra que arrastre la vivienda y a sus moradores, al paso de los años se acostumbra al riesgo, dejando de importarle todas las medidas de protección que se le pueden brindar y que ella misma puede incorporar a su vida cotidiana. La adaptación al riesgo es un verdadero peligro en la perspectiva de la protección civil. Uno no puede acostumbrarse al riesgo, porque ello significa dejar al azar la propia vida. Y si bien es cierto que no existe condición cero en los riesgo, también lo es la necesidad de tomar todas las medidas para reducir los niveles de riesgo. Así en la condición de crisis.
Frente a la crisis, pareciera que nos hemos acostumbrado a ella, y que todas las medidas que se tomen para salir de ella son falacias y promesas vanas. Por ejemplo, la propia definición de la concepción de la democracia, que fue prometida como puerta de salida para la crisis, ha perdido atractivo y se ha extendido la condición de ‘decepción democrática’, la cual dicho sea de paso, es aprovechada por los sectores más conservadores que llaman al orden y a la mano dura para gobernar. La crisis, la eterna crisis mexicana, ha provocado un creciente desaliento democrático que sumado a la propia condición de pobreza de sectores y regiones específicas, es una rica mezcla para episodios “violentos”, como pudiera ser una regresión política en el 2018.
En la sociedad organizada en los últimos años se ha fortalecido la convicción de la necesidad de buscar nuevas formas alternativas de participación, que se alejen de las tradicionales y que la prolongada crisis se ha encargado de neutralizar. Ante ello, resulta imperioso observar cómo se van dando las redefiniciones de la participación de los ciudadanos. La eterna crisis mexicana que corre desde los 80´s tiene que acabar ya, lo que implica dejar atrás un modelo de desarrollo que ha prevalecido como dominante y nunca ha traído lo prometido: la superación de la crisis.
En los próximos dos años, veremos un amplio y masivo movimiento social que tiene claro su puerto de llegada, pero que enfrenta de nueva cuenta, los riesgos de la costumbre de la eterna crisis, que de ganar esta vez, tomará tintes autoritarios que México no ha visto en su historia. En ese sentido, toma sentido la demanda de la transformación radical del sistema político y del propio modelo económico.
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Referencia
[i] Martínez, Ifigenia, en el libro México: Informe sobre la crisis (1982-1986), p. 396