Los cuentos son una forma de literatura breve, fugaz y concisa. La maestría de este género puede apreciarse en la medida que logran hacer sentir con intensidad al lector, atraer su atención y comunicar con energía los sentimientos.
Así ocurre en El Abanderado, de Eusebio Ruvalcaba, un relato que deja en su prosa algunas enseñanzas muy congruentes con nuestra cotidianidad actual.
Nacido Guadalajara en 1951, famoso también como poeta y ensayista, mantuvo en su obra siempre aires rebeldes y sagaces. El Abanderado, publicado en la antología Cuentos pétreos de 1994, narra cómo el sistema educativo y cultural adoctrina al mexicano desde muy temprana edad a ser indiferente y desidioso, premiando la mediocridad y el conformismo.
Un niño es elegido contra su voluntad para portar la bandera en un acto patrio de su escuela. A esta faena se le unen sus compañeros más indisciplinados como una estrategia del director para motivarlos a mejorar sus calificaciones, y también porque los “buenos alumnos” ya han pasado por la escolta.
Pero a diferencia de ellos, el abanderado no es ni revoltoso ni brillante, sino más bien un chico desairado y gris, cuya vida trascurre opaca entre las filas de la clase. No es violento o brabucón por temor a represalias, y siempre cumple sus tareas para evitar castigos innecesarios. Se encuentra en la media, amoldado a un entorno carente de desafíos, de sentido, que no le interesa ni le motiva.
Sus aspiraciones se centran en abandonar la escuela a la primera oportunidad, hacerse de dinero y mudarse al extranjero; pese a los deseos de su padre de que curse la universidad. Tiene claro, al menos como lo tiene claro un niño, que en su país no hay nada para él. Como se ve en el trascurso de la trama, la experiencia de ser abanderado sólo servirá para confirmar esa creencia.
El autor logra un efecto irónico en su narrativa aunque también crudo, al depositar los defectos más indeseables del mexicano en un niño, considerado idealmente un símbolo de esperanza y optimismo en el futuro. Nos dicta que los más obedientes, que se mantienen lejos de problemas y sin protestar, son un modelo de ciudadano ejemplar, y a su vez sugiere que es una posición demasiado fácil y cómoda a la que no se le puede dar la espalda.
Es un relato corto pero estimulante, certero y agudo en su crítica, que destaca un punto clave que muchos reconocerán; no es ningún secreto que las aspiraciones y los sueños de la juventud se ven diezmados conforme se avanza en el sistema escolarizado. Gradualmente se busca amoldar a los estudiantes dentro de un sistema global capitalista que se compone de individuos sumisos; que no requiere personas críticas, proactivas, mucho menos activistas sociales, sino sujetos especializados en rubros específicos que no cuestionen ni reprueben el "status quo" y los modos de producción.
Sin embargo, hay que reconocer que hoy se consolidad cada vez más movilizaciones sociales decididas a actuar para transformar esta situación mediante la educación, la información y la organización ciudadana.
A más de 20 años de ser publicado, el texto sigue añejándose y transpirando la esencia de una típica escuela pública de nuestro país, llena de típicos estudiantes; y como suele pasar con los cuentos, su lectura es más deleitable al releerse y repasarse, pues el contenido se abre a nuevas perspectivas y reflexiones de sus detalles, personajes y moralejas.
La intención del autor no es mostrar una realidad pesimista incapaz de mejorar; por el contrario, es una denuncia que ha cobrado fuerza para hacernos recapacitar sobre el futuro que nos aguarda, y la importancia de ayudar a que los más jóvenes desarrollen su criterio y su libre pensamiento con el fin de convertirse en ciudadanos conscientes de la necesidad de mejorar su calidad de vida.
El escritor mexicano también es autor de novelas como Un hilito de sangre (1991), Banquete de gusanos (2003) y Sangre de mujer (2007); y de libros de cuento: Las memorias de un liguero (1997); Amaranta o el corazón de la noche (2000); El sol le hace daño a los ancianos (2006).