“Es bueno que la guerra sea horrible, de lo contrario la amaríamos” Robert E. Lee
Charlottesville es una de las muchas representaciones contemporáneas que demuestran la idea medieval de que todos los que no sean blancos no tienen alma. Recordamos los hechos recientes, donde simpatizantes ultraconservadores supremacistas, neonazis y ku kux klán defendieron la prevalencia de un monumento del general confederado norteamericano Robert E. Lee (1807-1870), combatiente en la Guerra de Secesión (1860-1865) cuya postura frente a los derechos humanos, 80 años después de la Revolución Francesa, fue que la población de origen africano debería seguir siendo esclava. En esa defensa al monumento, un miembro neonazi agredió con un vehículo en marcha a los defensores de derechos humanos en esta ciudad de Virginia.
El fenómeno Charlottesville es muy similar a tantos que ocurren en América Latina, y en particular deseo comparar con el fenómeno en Orizaba, ciudad que ha demostrado algún conservadurismo girando alrededor de otra estatua, la de Porfirio Díaz.
Díaz, como Lee, fueron militares que vivieron sus tiempos de guerra más o menos en la misma época. Fuera de las discusiones sobre si Díaz fue punto de desarrollo para México (cuestión ya comentada en artículo anterior http://asomateunivo.com/articulo/id/538 y en que se muestra la crisis económica desarrollada en la penúltima reelección del porfirismo), Díaz y Lee compartían una visión: la discriminación y el atentado a los derechos humanos.
Como en el caso de los supremacistas de Charlottesville, cuando un grupo conservador en Orizaba ha defendido el ícono escultórico de Díaz, aunque de cuestionada calidad, defienden una ideología de desarrollo a partir de la idea más antigua que ha tenido el hombre desde que casi es hombre: la explotación a partir de la propiedad privada. De esto, quizá no se den cuenta, pero lo más probablemente es que sí; quizá algunos defensores del porfirismo no se dan cuenta, pero actúan similar a los conservadores norteamericanos que se levantan por la añoranza de la propiedad privada perdida y protagonizan actos como los vistos en Virginia.
Quizá la acción norteamericana fue más radical, pero el escenario regional en Orizaba sigue girando con discriminación, violencia económica y administrativa contra indígenas y mestizos, aquellos que no comparten la supuesta “blancura del progreso”. Quizá aquellos incómodos no sean apresados como los Yaquis a principios del siglo XX para ser subidos a trenes que los aislaría y llevarían como esclavizados trabajadores a las haciendas peninsulares de Henequen, estos, los de ahora son subidos a trenes administrativos controlados por policías e inspectores municipales y enviados a sus comunidades indígenas donde la imagen de progreso no es importante mostrar. Por otra parte, los más sumisos vecinos de la ciudad, a través de una crisis económica son extraídos de sus comercios locales para ser llevados en su misma ciudad por trenes de supuesto desarrollo para ser empleados de plazas comerciales, ganando menos y viviendo peor de lo que vivían ellos y sus padres en su ciudad antes de ser un pueblo mágico, antes de ser supuestamente una ciudad más bonita.
Charlosttesville alrededor de la estatua de Lee expresa la diferencia humanitaria en una Norteamérica racial, Orizaba alrededor de la estatua de Díaz expresa la diferencia humanitaria en un México que sigue pensando que desarrollo es que la riqueza y la administración de los espacios públicos se acumulen en unos cuantos y esos cuantos nos ofrezcan espacios para consumo, como ocurre en Orizaba, donde se han aventado vehículos coléricos atropellantes contra población “no blanqueada”, la que protesta por que la igualdad sea una realidad.
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