“La dignidad del hombre requiere que obre según su libre elección, sin ninguna coacción externa”.
Paulo VI
Hace muchos años, Don Luis Megías Mendoza (1929-2018) me contó una historia familiar que al mismo tiempo es historia nacional; se trata del sufrimiento de su abuela, su madre y sus tías ante el asesinato de su tío Camerino, junto con sus dos hermanos Cayetano y Vicente un octavo día de marzo de 1913.
Antes de escribir la historia, deseo recordar a Don Luis. Precisamente lo conocí cuando a los 13 años me dediqué a redactar la historia de la Escuela Secundaria Federal Margarita Maza de Orizaba, ya que conmemoraba sus 50 años. Un profesor de “La Margarita” me recomendó dirigirme a entrevistar a Don Luis en su oficina de la empresa maderera que dirigía. Mi abuelo materno me dio confianza al decirme el buen trato que tendría ya que Megías Mendoza lo conocía desde la infancia. Desde entonces, la relación del niño de 13 años con el señorón cincuenton fue frecuente, y las historias fluyeron junto con la experiencia de un hombre generoso, con altruismo y un disfrute del día a día que nos llevó a quienes lo conocimos a entender la vida desde la concupiscencia que ofrece el valor y la amistad. El exalumno de mi misma secundaria de la generación 1944-1946 me contó alguna vez la pasión que su familia vivió en la inmolación del héroe de la Revolución que mucho se ha olvidado en esta región.
Camerino Z. Mendoza originario de Real del Monte, Hidalgo, llegó de 27 años a Santa Rosa, Necoxtla (hoy ciudad Mendoza) en 1906. Su familia se dedicó al comercio, pero este se apasionó por el Maderismo a quien entregó la vida. Después de haber mostrado sus dotes políticos en el Partido Antirreleccionista y militares contra la dictadura porfirista, sirvió en el nuevo periodo democrático nacional de varias maneras, entre ellas como gobernador de Puebla y en el campo de guerra.
En los días de la Decena Trágica (9 al 19 de febrero de 1913) y tras el asesinato de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, fue preso por el general Blanquet en Palacio Nacional, pero logró salir y tomar la decisión de fortalecerse y regresar a las armas para hacer frente contra la dictadura de Victoriano Huerta. En este proceso, tomó una decisión errónea: regresar a su casa en Santa Rosa para despedirse de su madre doña Adela García. De regreso a Veracruz, una persona delató la presencia de Camerino en la casa de su familia y con ello fue enterado el general Gaudencio de la Llave, quien a pesar de ser sobrino del prócer Don Ignacio de la Llave, tenía una vetusta admiración por lo porfirista y un celo contra los sublevados. Combinando acciones con el jefe de la policía el comandante Antonio Arenas, acudieron a la casa de Camerino que al mismo tiempo era la tienda “El Renacimiento”, en una cuchilla céntrica que ahora hace las calles 8 de marzo e Hidalgo. Doña Adela negó la presencia de su hijo, pero el amotinamiento de militares y policías que superaban los 300 presionaron a la señora para que saliera del domicilio. De la Llave ya tenía la experiencia en el asalto a la casa de los Hermanos Serdán e inició el ataque a la casa Mendoza. Dentro de ella Vicente, Cayetano y Camerino hacían frente junto con un mozo respondiendo con carabinas. La resistencia no le pedía nada a la defensa de la casa de los hermanos Serdán, y aunque las bajas de militares fue grande, la diferencia de armas y número de personas al final ahogaron a los defensores. Fue una batalla épica y luciendo dignidad de los revolucionarios. Primero murió Vicente, y después Cayetano y Camerino al final, aunque no es claro si ya herido al ingresar los militares fue baleado en el pecho. Es indescriptible la angustia de Doña Adela y sus hijas.
Ante la falta de éxito para asaltar la casa, Gaudencio pidió dos barriles de petróleo y con ello incendió desde afuera. La salvaje acción de 300 militares y policías contra al final 2 hombres fue básica para evidenciar la desproporción e indignante actuar de De la Llave, por tal motivo buscaron la justificación haciendo lo de siempre, “sembrando culpables” y con ello criminalizando al presidente municipal y 23 obreros los cuales fueron fusilados en el interior de la fábrica, argumentando que también atacaron al ejército. Tras el asalto a la casa en ruinas, el cuerpo de Camerino fue llevado en una carreta y tirado en el piso de los pasillos del Palacio Municipal de Orizaba. Como frecuentemente ocurre, la Orizaba “maderista” cambió de bando, y los ciudadanos pluviositanos mostraron su lealtad a Don Porfirio y a Victoriano Huerta desfilando por los pasillos del Palacio de Hierro para insultar, patear y escupir el cuerpo inerte, sucio, con quemaduras y ensangrentado de Camerino, mientras su madre y sus hermanas buscaban recuperar el cadáver ante la arrogancia de Arenas. Fueron horas de solicitud, sin mostrar falta de dignidad sino un entero coraje, doña Adela logró primero que recogieran el cuerpo del pasillo y después ser entregado para llevarlo a sepultar sin velorio al cementerio municipal de Orizaba siendo este el único hecho de resistencia maderista y un paso atrás al proceso democrático que buscó la Revolución.
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