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Itzel Villalobos

PARA VIVIR DEL APLAUSO SIN MORIR EN EL INTENTO


Foto: Zancadilla Teatro

Pareciera cosa de sentido común (el cual, dicho sea de paso, suele ser el menos común de los sentidos), y ha sido un tema tan masticado a lo largo de los años, que la gran mayoría de la comunidad simplemente asume que no hay motivo para incomodarles con tal asunto. Lo cierto es que sobre la recompensa económica a la labor artística y cultural, aún se tiene mucho qué decir, y hay de todo en la viña del Señor: desde quienes sostenemos que el pago a los artistas es algo natural, dada nuestra condición de ciudadanos productivos, consumidores de servicios y pagadores de impuestos, hasta quienes parecieran creer que el sector creativo vive exclusivamente del aplauso y el reconocimiento del público. Inclusive, es posible escuchar aún, en ciertos sitios y momentos, a quienes se sorprenden de que ya cada vez haya menos gente entregada al ideal de hacer las cosas “por amor al arte”.

Vayamos poniendo las cosas en contexto: dedicarse a una disciplina artística, cualquiera que ésta sea, requiere de una pasión especial para soportar largas horas de ensayo, pronósticos desalentadores de parte de familiares y amigos, momentos de incertidumbre ante el abandono de las musas; en fin, que es necesaria una dosis extra de amor que eleve la tolerancia a la frustración y permita volver a comenzar, hasta que las cosas salgan bien. No conozco a un sólo creativo que haya tenido que tomar su profesión de manera obligada. El amor al arte está ahí, visible e innegable, y con él, sus frutos: la generosidad para compartir los resultados con quien sea que esté dispuesto a escuchar la composición musical, a leer el poema, a mirar la foto o a dejarse tocar por la obra de teatro.

El problema radica en esa mala costumbre que aún no logramos sacudirnos del todo: esa manía absurda de querer comer tres veces al día, de tener un sitio donde vivir, y a veces, hasta de darnos uno que otro lujo, como tener un teléfono, comprar un helado o pagar las deudas. Siendo sincera, no me sorprende que, quienes nunca aprendieron a tocar ni la puerta, vean innecesario que las personas que se dedican a alguna de las Bellas Artes reciban a cambio un pago. Lo que sí me resulta increíble es escuchar, entre los mismos compañeros artistas, a quienes creen que sólo creadores virtuosos -independientemente de la disciplina que practiquen-, son quienes merecen recibir una retribución que les permita mantener una vida digna, bajo el argumento de que, de otra forma, se estaría solapando a los diletantes. Al respecto, me parece necesario apuntar que en todas las disciplinas del trabajo humano hay charlatanes. Sin embargo, no conozco ni un sólo dentista, contador, plomero, etcétera, que trabaje gratis, por malo que sea. La decisión sobre el valor del trabajo realizado por el o la artista debería quedar en manos del público, que decidirá si vuelve a consumir el producto artístico o a disfrutar del servicio cultural, sí, pero la remuneración por su trabajo no debería estar sujeta a opiniones personales.

Foto: Zancadilla Teatro

La invisibilización de tales problemáticas siempre hace más difícil su resolución. La cuestión se vuelve crítica cuando cae en la romantización de la odisea infinita por la que transita el artista para subsistir hasta que se vuelve reconocido: desde tener que buscar otros trabajos más estables, hasta llegar a la tercera edad trabajando sin fondos de ahorro ni seguro social que lo cobije, sin importar cuán bueno sea su desempeño. La labor se vuelve un eterno “corretear la chuleta”, dejándole sin tiempo para desarrollar una técnica, una estética, para profesionalizarse y mantenerse actualizado, etcétera. Algunos (me incluyo) en algún momento se ven tentados a ofertar su trabajo para “darse a conocer” ante quienes manejan los presupuestos y justifican el ejercicio de los mismos mediante las evidencias de las presentaciones gratuitas de estos artistas, y así ad perpetuam.

Con todo, nada de esto ha podido, ni podrá, derribar el espíritu creativo que mantiene al arte regional en constante evolución; de manera casi imperceptible empezamos a coincidir, a juntarnos, a comunicarnos y a compartir procesos. Más allá, hemos empezado a organizarnos y a pedir ayuda externa: no sólo a los miembros de nuestra comunidad -aliados que participan activamente de cada uno de nuestros eventos y que disfrutan y son parte esencial de nuestra producción artística-, si no también a personalidades reconocidas que ya han pasado por esto, y encontraron vías alternas. En días pasados, el actor, Bruno Bichir, enterado de la situación regional en este tema, emitió una serie de declaraciones al respecto, con propuestas concretas que, de aplicarse, podrían dar excelentes resultados. No es algo nuevo: a nivel nacional, en ciudades como Mérida, Ciudad de México y La Paz, el trabajo colaborativo ha dado como redituado en el fortalecimiento de la comunidad creativa, en la calidad de su obra artística y en un repunte del consumo cultural local; a nivel internacional, el ejemplo lo dio Reino Unido, al afrontar la crisis económica mundial invirtiendo en sus industrias culturales, y siendo referente mundialde producción artística de primerísima calidad. Los beneficios no se han hecho esperar: fortalecimiento de la identidad regional, fomento a la comunicación y a la convivencia pacífica entre públicos participantes, crecimiento económico por turismo cultural y venta de obra y espectáculos, recuperación de espacios públicos e inmuebles ociosos, impacto positivo en el bienestar psicológico y conductual, etcétera.

Claro está, para que el arte y la cultura beneficie a la economía, la salud pública y la seguridad de una ciudad, un estado o hasta un país, son necesarios ciertos cambios que garanticen que la actividad suceda en condiciones que permitan su mejora continua. Podríamos empezar con:

-Valoración de la labor artística y cultural en términos estéticos, sociales y económicos (si el artista muere de hambre, el mundo pierde un poco de su brillo).

-Uso adecuado de los recintos destinados a ésta. Tan sólo en la ciudad de Orizaba tenemos cuatro: de éstos, dos con precios impagables -al menos para los artistas-, y uno, en la ruina, lo que redunda en la percepción del público, desanimándolo a volver.

-Difusión en formatos y soportes efectivos. Si la comunidad no se entera de la oferta cultural, difícilmente participará de ella.

-Movilidad hacia zonas de alta marginación o de difícil acceso. No todo es el centro, ni todo es Orizaba,

-Ejercicio pleno y transparente de los recursos públicos destinados a ella (¿sabe usted cuánto dinero maneja y gasta su institución de cultura local? Debería, es su dinero).

Ojalá dichas recomendaciones encuentren cobijo en la comunidad de las Altas Montañas, y eco en el resto de nuestro bello estado veracruzano; sin embargo, para que esto suceda, es necesaria primero la buena voluntad entre compañeras y compañeros para compartir nuestros saberes y acciones, para disponernos al bienestar común y aprender a construirnos positivamente.

*Para consultar el video y las propuestas de acción, favor de consulta la página de FB Red Cultural Altas Montañas.

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