Hoy mucha gente se preocupa por aprender algo útil. Yo coincido con ellos. Es necesario aprender a arreglar tu cama, a lavar platos y tu ropa, a cambiar un foco, a pintar tu casa. Recuerdo que Neruda tiene unos poemas en los que se lamenta no haber hecho suficientes cosas con sus manos, mientras exalta a los albañiles, a los campesinos, a las artesanas. Aprender cosas útiles es muy importante. Sin embargo en esta ocasión quiero hablar a favor de lo inútil.
Gracias a la sociedad hipercompetitiva en la que vivimos, se valora negativamente la inutilidad. Papás y mamás, en su mayoría, valoran negativamente que su hijo o hija no haga nada. Se preocupan por un temperamento ensimismado, reaccionan con recelo si el vástago tiende al arte o a la contemplación. La mayoría, en secreto, anhela que sus hijos estudien alguna ingeniería o siquiera una licenciatura que cuente con reputación de dejar dinero suficiente. En una sociedad donde el tiempo es dinero y el dinero es Dios, las religiones se vuelven las carreras universitarias que te ofrecen aprender cosas útiles, pertinentes para este mundo que requiere la innovación constante para alimentar la liturgia consumista.
Habrán advertido ya que he hecho referencia a dos sentidos de la palabra útil: como sinónimo de servicio y creación, como lo entendió Neruda y como cómplice de nuestra sociedad capitalista y consumista. Sólo el segundo sentido niega lo inútil. Recuerdo que Juan Villoro compartió unas palabras de Bob Dylan cuando éste último ganó el nobel de literatura: “Quisiera hacer algo útil, tal vez como plantar un árbol en el océano…”; también me viene a la mente un verso que Neruda escribió pensando en García Lorca: “(…) para qué sirven los versos si no es para el rocío?” Con esto no contamos con una defensa racional de lo inútil; no se trata de líneas argumentales con las que podamos derribar las tesis que encumbran lo útil, pero se trata de dos imágenes que actúan como microcosmos de lo que se vuelve necesario hoy día defender: la contemplación sin finalidad; ser digno para vivir la experiencia estética; valorar nuestras diferencias.
Ser inútil, hoy, es revolucionario. Más que aprender a usar máquinas, debemos prepararnos para ser capaces de no seguir el movimiento de la lluvia, verla hasta el agotamiento para, quizá algún día, ver más allá del movimiento como lo hiciera Parménides; ocuparnos de vaciar los mares con un vaso tirado en la playa; coleccionar lágrimas; o descubrir un patrón en los tendederos de las casas. Ya es un lugar común decir que debemos detenernos un poco ante la vorágine de la sociedad de consumo, pero es tan urgente, que vale la pena la reiteración. No hacer nada. No comprar nada. No meter a nuestros hijos a nada. Solo platicar, mirarnos, leer; o, si se quiere, sembrar árboles en los océanos, o escribir versos para el rocío.
**El autor es escritor y académico de la Universidad Veracruzana Intercultural