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Ramón Rocha Manilla*

LA CARTILLA MORAL: GOLPE A LA EDUCACIÓN CARDENISTA


El hombre mediocre solo tiene rutinas en su cerebro y prejuicios en su corazón” José Ingenieros

En 1934, Lázaro Cárdenas logra cambios en el artículo III Constitucional para declarar a la educación en México como socialista. En algunas de las venas cardenistas circulaba sangre roja, comunista, y esto motivó a impulsar la educación por todas partes. El decir educación socialista se refiere a la educación comunitaria, no individualizada, que integraba elementos progresistas como la educación sexual, que buscaba erradicar el analfabetismo e incentivaba el crecimiento cultural, artístico y científico a través del Estado. El cirujano político para esta encomienda fue Luis Sánchez Pontón (el paciente y amoroso segundo esposo de mi bisabuela Ana Garfias), quien enfrentaba dos problemas, uno contra una derecha reaccionaria que torturaba y asesinaba a los profesores rurales progresistas y otra mediando suerte con las distintas fuerzas de organizaciones de educadores y sus constantes pugnas.

La continuidad del modelo de Educación Socialista integró a Sánchez Pontón como Secretario de Educación en el primer año de Manuel Ávila Camacho (1941), pero la presión de fuerzas conservadoras y la inclinación gubernamental hacia el capitalismo estimuló el desplazamiento de Sánchez Pontón y la transición de la titularidad de la SEP a Octavio Véjar, quien combatió elementos comunistas en el sistema, aperturó la educación a la iniciativa privada y estableció una política denominada “La Escuela del Amor”. Así empezó la pugna contra el proyecto educativo cardenista siendo concluido por el siguiente secretario Jaime Torres Bodet (1943) que buscó la unidad nacional a través de la educación, logrando la unificación magisterial a través de la formación del SNTE, la erradicación de lo socialista al artículo III, la promoción del nacionalismo y el crecimiento de la iniciativa privada en la educación. La idea fundamental pos-II Guerra Mundial era impulsar una cultura de la paz y en ello el peso de la moral como orientadora. Así la producción nacional se motivó por escribir referencias que apoyaran la vía mexicana al capitalismo. Entre esta explosión procurante de paz y moral aparece entre muchas formas literarias “La Cartilla Moral” (1944) de Alfonso Reyes, la cual con o sin intención, contribuye a la cultura conservadora contra el socialismo cardenista.

Me pregunto ahora: ¿por qué una hermosamente retórica de Alfonso Reyes sería orientadora para una cuarta transformación?. ¿Acaso descansaron ese día los asesores de AMLO? Si la Cuarta Transformación acerca la política a los posmodernos derechos humanos, ¿por qué incluir este texto, hoy visto como conservador y predicador?

Superando hoy todas las críticas en el actuar político de incluirla como una de las primeras acciones concientizadoras en la nueva agenda político moral, podemos encontrar la satisfacción que el escándalo logró que varios detractores y defensores leyeran el magnífico opúsculo que por su brevedad puede ser digerido en el trayecto del metro, en la espera al dentista, en medio del desayuno o en el “trono” de la casa. Sus doce lecciones escritas por el candidato a Premio Nobel de literatura (a propuesta de Gabriela Mistral, pero quien fuera desalentado ante el tribunal de Estocolmo por su tendencia más europeizante que mesoamericana por el Movimiento Nacionalista Mexicano), sirven para comprender a un México recientemente antiguo. Su preámbulo sobre la definición de lo que llama “la inteligencia americana”, lograda tras la llegada del…”banquete de la civilización europea”… considera que esta llegaba tarde al continente, quizá Don Alfonso hubiera querido que Colón “descubriera América” en el siglo V. Este preámbulo reflexiona sobre la lentitud americana frente al ritmo europeo, en concreto, el maestro regiomontano inicia su obra dando gracias a los europeos por llegar y celebra que los americanos lo hubieran aprovechado.

Así el recorrido por la docena de lecciones buscó motivar a la joven generación pos-revolucionaria sobre la “moral y el bien”. Suscribe el autor que…“el hombre debe educarse para el bien. Esta educación y las doctrinas que ella inspira constituyen la moral o ética”…, sin embargo para fines contemporáneos, la moral es una construcción cultural sobre lo que se debe de hacer, y la ética es un proceso de reflexión, constante interrogación y crítica hacia la moral. Nuestro “Premio Nacional de Ciencias y Artes” (1945) fuera de laicidad, reivindica a Cristo, quizá sin querer, frente a la agonizante educación socialista, considerando…“la moral de los pueblos civilizados está toda contenida en el Cristianismo. El creyente hereda, pues, con su religión, una moral ya hecha, pero el bien no sólo es obligatorio para el creyente, sino para todos los hombres”.

Nuestro “doctor honoris causa por la Universidad de Sorbona” (1958) considera que…“la tarea de la moral consiste en dar a la naturaleza lo suyo sin exceso, y sin perder de vista los ideales dictados por la conciencia”. Ahora este apartado excluiría a las diversidades sexuales que han pedido justicia en sus anhelos al nuevo gobierno.

El fundador del “Colegio Nacional” apunta hacia la civilización, considerando a esta como “el conjunto de conquistas materiales, descubrimientos prácticos y adelantos técnicos de la humanidad”, haciendo ésta el puntero para la modernidad sobre el pensamiento mesoamericano. Afirma al bien como objeto de la moral y reafirma el carácter cristiano apelando la base de esta a los Diez Mandamientos y reafirma…“la moral está muy por encima de estas satisfacciones exteriores”, golpeando así nuevas voces sobre diversidad sexual, interrupción legal del embarazo o eutanasia. Cuando habla sobre “la dignidad humana” da poder a la moral sobre nuestro cuerpo: la moral cristiana (que a su temporalidad se referiría a la católica). Sobre la “la familia”, considera a esta como un hecho natural; naturaleza que discute ahora contra la adopción monoparental.

Al hablar sobre “la especie humana”, recalca el “amor a los adelantos ya conquistados”, quizá contraproducente a la crítica por la enajenación y explotación capitalista, y en esta reprocha la protesta y “las quimeras humanas”, quizá en referencia a las formas trans-género y tatuajes. Finalmente al hablar sobre los “límites de la voluntad moral”, estimula la resignación como virtud moral, algo así a un paralelismo a la Teología de Cristo que buscaba la paz a través de la obediencia, contrapuesta a la Teología de la Liberación que rechaza la resignación, motivando el trabajo por los derechos humanos.

Hay textos que se quedan en su tiempo, pero que su calidad literaria perdura para siempre. No creo que este sea un prototipo para lo que como sociedad pensamos que debe ser una transformación nacional. Por lo mientras mejor recomiendo leer “El Hombre Mediocre” de José Ingenieros, que aun con sus casi 110 años de antigüedad, es una pieza que nos puede ayudar a la reflexión moral en el México actual.

*El autor es

Académico e investigador.

Diputado Local suplente XX Distrito,

gesaludypoblacion@gmail.com

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