El 26 de abril de 2015, durante una reunión con defensores y defensoras de derechos humanos de la región de las Altas montañas, con Jaqueline Campbell y monseñor Raúl Vera López, conocí a Araceli Salcedo, fundadora del Colectivo de Familias de Desaparecidos Orizaba-Córdoba. Desde que supe de ella, —a través de un video viral del diario El Mundo, en donde la activista aparecía haciendo un fuerte reclamo al entonces gobernador de Veracruz[1], Javier duarte de Ochoa—, tenía interés en conocerla. Esta reunión me permitió hacerlo.
Araceli Salcedo, desde el 7 de septiembre de 2012, ha emprendido un trabajo que nadie, si es que viviéramos en un estado de derecho, debería estar realizando: buscar a un familiar desaparecido.
Fernanda Rubí Salcedo, hija de Araceli, fue sustraía de un “antro”, la noche de septiembre antes mencionada, por cuatro sujetos, quince minutos después de hablar con su madre vía telefónica; las autoridades, de todos los niveles, menospreciaron las súplicas de la madre. Hoy en día, Araceli ya no suplica: lucha y exige lo que le corresponde en derecho, en justicia; y ahora no solo lo hace por ella, sino por todo aquel que lo necesite.
Lo primero que conocí de ella fue, sin lugar a dudas, fue su fortaleza y constancia; su rostro, en aquel día, me lo reflejó; sabía, no solo por conocer su trabajo sino por lo que me transmitió en ese momento: me encontraba frente a una mujer que estaba auxiliando a la transformación y mejora de este México tan adolorido.
Araceli ha tenido que aprender, a la mala, a defender los derechos de Rubí, de ella misma, y de cientos de familias de la región de las Altas Montañas veracruzanas (y de todo el país), que sufren día a día, con dolor a flor de piel, la desaparición de una hija, un hijo, un esposo… Lo ha aprendido a la mala, pero lo ha aprendido tan bien, que ahora es un referente nacional e internacional para que otros nos sepamos defender, incluso, de aquellos que por antonomasia deberían protegernos.
A partir de ese septiembre, la defensora fue entendiendo que la lucha por regresar a Rubí y a los miles de desaparecidos del país (más de 36 mil, según cifras oficiales[2]), no se puede entender en solitario; puesto que la desaparición forzada y la desaparición por particulares, es un delito que no solo fractura y daña a la víctima y a su familia; sino también lacera hondamente a la comunidad, a la sociedad, toda vez que este crimen de lesa humanidad atenta en contra de la integridad y el fortalecimiento de esa misma comunidad, de esa misma sociedad.
Cada desaparecido, es una herida al lugar donde sucede; cada desaparecido impide a la sociedad crecer con libertad, con seguridad, con paz y con justicia, elementos básicos para alcanzar el desarrollo social, desde la perspectiva que se le vea. Un Estado que, no solo permite que se cometa este delito, sino que también es parte fundamental para que se cometa, es un Estado inservible; un Estado Criminal.
Los pasos que Salcedo Jiménez emprendió, fueron cimentándose —además de en su fortaleza personal—, en su capacidad de congregación y liderazgo. Fueron construyéndose, principalmente, en la solidaridad con todo aquel que sufría el mismo dolor que ella; y bajo el cobijo de todos aquellos que, a su vez, se solidarizaban con su sufrimiento. Fueron fundándose en el amor a Rubí y los desaparecidos.
A lo largo de estos cuatro años de caminar junto a Araceli Salcedo, —y las madres del Colectivo—, he conocido a una mujer que sabe gritar para exigir justicia, que sabe llorar profundamente por el recuerdo vivo de Fernanda o de alguno más de los desaparecidos (nuestros desaparecidos como ella lo dice); he conocido a una mujer que sabe sonreír y reír a pesar de tener una daga clavada en el centro de su alma. A lo largo de estos años, gracias a la confianza que ella me ha brindado (lo que agradezco con todo mi ser) he visto muchas facetas de Araceli; pero lo que nunca he visto, y estoy seguro que nunca veré en sus ojos, será algún sentimiento de odio o ánimo de venganza.
Me queda muy claro, al ser testigo de este trabajo de búsqueda de los desaparecidos de nuestro país, que lo que ha movido a las cientos, miles, de madres para salir a las calles, a las fiscalías, e incluso a las fosas clandestinas, es el verdadero sentido del Amor; sí, el amor a sus hijos e hijas, pero también el amor a la justicia que nos ha arrebatado este sistema político-económico en el que estamos inverso.
En los ojos de Araceli, y de todas las madres y padres que he conocido en este sendero, se refleja la esencia verdadera que se requiere para lograr un cambio verdadero: El amor. Pero no se confunda, estimado lector, este amor con una ilusión romántica o idílica; el amor que habita en los ojos de Araceli, y las integrantes de los colectivos, es un amor que insta, que incita, a llevar a cabo las acciones concretas que dan resultados específicos; resultados que ofrecen frutos no solo a ellas, sino a la sociedad completa.
Este amor, que se direcciona hacia la justicia, es aquel que permite que las almas llagadas de los familiares de desaparecidos, se levanten día a día para continuar con una búsqueda innombrable, una búsqueda que de origen es antinatural. Este amor es el que ha logrado que las voces de quienes no tienen voz resuenen en los recintos legislativos del país, y por ello hoy podamos hablar de una Ley General de Desaparición Forzada y Desaparición por Particulares[3], y una similar en el estado de Veracruz[4]. Es este mismo amor, el que ha regresado con vida a varios jóvenes víctimas de este delito. Es, incluso, este amor el que ha permitido que otras tantas familias, puedan recuperar los restos de sus hijos, para después tener un sitio digno a donde ir a llorarles y/o rezarles. Solo este AMOR (así con mayúsculas), es el que puede permitir esto.
A lo largo de estos años caminando junto con Araceli y el Colectivo de Familias de Desaparecidos, he aprendido que la vulnerabilidad que une a la comunidad, solo se enfrenta con ese amor narrado arriba; y que es este amor el que está permitiendo, no solo que la sociedad no se termine de desquebrajar, sino que, además, le está dotando de nuevos cimiento.
Ojalá nos permitamos, si es que queremos una mejor realidad, aprender de estos grandes seres humanos, que desde el sufrimiento, han emergido para trascender y hacer trascender a la comunidad.
[2] Dato extraído en el año original de este texto http://secretariadoejecutivo.gob.mx/rnped/estadisticas-fuerocomun.php