Por Oliver Coronado Paz
Estamos muy próximos a que culmine el proceso electoral que inicio hace unas semanas; proceso que tiene, como de seguro Usted ya sabe, una grave relevancia en la sociedad.
Es muy posible que Usted, estimado lector, amable lectora, concuerde con quien estas letras escribe en que México está muy lejos de ser un país del todo democrático (o al menos un poco); tanto por tener elecciones donde los ganadores obtienen tan solo un porcentaje muy pequeño de la lista nominal (por la gran cantidad de partidos y candidatos que participan, y por no existir un proceso de eliminación a través de una segunda vuelta); como también por los graves lastres de corrupción que seguimos arrastrando de antaño; aunado, por supuesto, a la falta de interés de la comunidad.
Pero, bueno eso es tema para una tesis doctoral, seguramente
La realidad es que el próximo 6 de junio, nos guste o no, creamos en ellas o no, México vivirá su jornada electoral y los resultados nos afectarán de una u otra forma a todas y a todos. En este sentido me permito hacer ciertas reflexiones, con el ánimo de aportar un poco en este ejercicio de elección.
Comencemos, pues:
Los sistemas de gobierno y de poder están, más que llamados, obligados a trabajar constantemente en generar estrategias eficaces que promuevan el bienestar integral de la vida de las personas (¡de todas!), en las que se consideren como prioridades (al menos) la salud física, mental y emocional; una alimentación basada en el respeto del cuerpo; vivienda digna y adecuada para los individuos y los colectivos familiares y sociales. Para lograr esto, es básico que desde sus particularidades todos y todas las integrantes de la sociedad, sean consideradas dentro de la estructura, desarrollo y evolución económica; por lo menos mientras la forma de intercambio en la que vivimos ahora, persista.
En ese camino, a los mencionados sistemas les corresponde garantizar irrestrictamente la paz, la concordia y la unidad del pueblo, con un estricto apego a los derechos fundamentales que hacen a los individuos y a los pueblos libres; considerando profundamente, la sabiduría que emana de las culturas originarias y de los nuevos conocimientos que la historia de la comunidad ha otorgado; para dar, con ello, paso a una evolución social respetuosa y, sobre todo, incluyente.
Por lo anterior, los esquemas económicos y/o de distribución de bienes materiales, nunca pueden ya estar cimentados en esquemas de opresión, maltrato, explotación y acaparamiento, que terminen beneficiando a los menos, y destruyendo a los más. Es por ello que es sumamente importante, fortalecer tanto las leyes laborales del país, como la correcta ejecución de las mismas desde el Poder Judicial. En este punto es fundamental una organización ciudadana que promueva la vigilancia de quienes les toca diseñar y rediseñar dichas leyes; así como de quien se encarga de hacerlas cumplir.
Dentro de la misma línea, no podemos perder de vista que el aprovechamiento de los recursos naturales, ya no puede basarse en el abuso y destrucción de la Tierra y los seres que en ella conviven; sino por el contrario, deben fortalecerse las estrategias que resuelvan la necesidad humana a través de la renovación. Muchos estragos ambientales que repercuten en la vida de todos, ya se ha ocasionado al planeta. Por desgracia, muchos de esos estragos han sido bajo el cobijo de las leyes existentes; leyes diseñadas, en muchas ocasiones, para beneficiar a grupos específicos del sector económico, perjudicando, como siempre, al sector más vulnerable.
Seguramente muchas cosas más faltan por considerarse, si es que de verdad queremos llegar a vivir en sociedades equitativas, justas y pacíficas. Seguramente las letras aquí depositadas rayan en la utopía. Seguramente el idealismo invade a este periodista; pero me parece que en algún punto de historia debe hincarse el pivote para la conversión. Posiblemente, esta sea la época para hacerlo, pues también es seguro, no comenzaremos desde cero.
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