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Leonila Vázquez y su enseñanza sanadora

  • Foto del escritor: Portal 7
    Portal 7
  • hace 1 día
  • 3 Min. de lectura

Por Oliver Coronado Paz


Murió Leonila Vázquez. Murió y su vida deja una enseñanza poderosa; una que, si la seguimos como individuos, fortalece la comunidad y es capaz de sanar al mundo y mejorarlo: el hambre del ser humano no se comercializa, se sacia.

Leonila Vázquez Alvízar, fundadora del grupo de apoyo al migrante Las Patronas, falleció este domingo 13 de abril del 2025, después de 30 años de dar, diariamente, de comer a migrantes centroamericanos, en las vías del ferrocarril en Amatlán de los Reyes.

La historia ya nos la sabemos: una mañana de 14 de febrero, a mediados de los 90, Rosa y Bernarda, dos de sus hijas, regresaban de comprar pan y leche para el desayuno de la familia, cuando el paso del tren les obstruyó el camino. Hombres que iban en los vagones (arriba de ellos o colgados) gritaban por comida. Ellas, sin meditarlo mucho, extendieron lo que llevaban. 

Ese suceso retumbó en la conciencia de Leo, y tomó la decisión que le cambió su vida, la de su familia, la de miles de migrantes y la de una sociedad.

Leo entendía muy bien que ningún ser humano debe padecer hambre. Pero para ella no solo fue una creencia, una filosofía de escritorio. Para ella, ese pensamiento, fue compromiso de vida, hechos concretos que practicó y que incitó a practicar. 

Y es que las cosas cambian así: actuando. 

Leonila, doña Leo, se convirtió, junto con sus hijas y mujeres que le acompañaron en esta misión, en la esperanza del migrante no por sus discursos, sino porque al día siguiente del suceso de Rosa y Bernarda en las vías, puso manos a la obra.

40 lonches lograron hacer Las Patronas la primera vez que salieron a las vías, para un tren que llevaba cientos de seres humanos hambrientos. 

Los estadistas dirían que ese primer acto, fue un fracaso. Los capitalistas dirían que fue una pérdida, económica, de recurso y de tiempo.

Lo que Leo digo fue: necesitamos hacer más lonches... y así lo hicieron; desde sus recursos limitados, desde su pobreza, desde su inexperiencia; pero también desde la convicción de que el hambre mata; de que quién tiene hambre es vulnerable y necesita (con urgencia) ser protegido y alimentado. 

Acciones como la enseñada por Leo a sus hijas (y al mundo), son medicina para una de las graves enfermedades sociales por las que atraviesa el planeta: el hambre. Según la web oficial de las Naciones Unidas[1] (#ONU), en 2022, aproximadamente 753 millones de personas se encontraban en un estado de hambre crónica, lo que representó un incremento en comparación con las cifras del 2019. Además, la misma organización estima que 2400 millones de personas se enfrentaron a inseguridad alimentaria, que va de moderada a grave, en 2022; lo que quiere decir, en otras palabras, que estas personas carecen del acceso a la alimentación suficiente para vivir.

El hambre, en estos niveles en los pueblos, coloca a estos seres humanos en condición de vulnerabilidad; propensos a la explotación, al sometimiento, a la criminalización y la muerte, provocando, con ello una crisis social que repercute en el estancamiento de la humanidad; un estancamiento que alienta la individualización y el sectarismo social que violenta y lacera.

La enseñanza de Doña Leo, debiera guiarnos sí como individuos, pero sobre todo como sociedad, por el camino contrario al que el sistema económico actual nos ha obligado a caminar; ese camino que violenta y se aprovecha del más vulnerable para hacerlo todavía más vulnerable, y más "poderoso" al que ha explotado a los demás para tener "más".

Doña Leo remó contra corriente en una sociedad en donde los pobres (esos que el mismo sistema ha vuelto pobres), son despreciados, abusados y desechados. 

A esos, ella les dio de comer y, por si fuera poco, les abrió su casa para descansar, sanar y tomar fuerzas. 

Así se sana al mundo para mejorarlo: saciando el hambre y brindando amor en la necesidad.

Si el mundo entendiera el mundo como lo entendía doña Leo y no como el sistema capital lo hace, otro mundo sería el que viviéramos; uno en el que las dolencias y necesidades individuales fueran enfrentadas, no en solitario, sino en comunidad; para que, con ello, se viva en un espacio más pacífico y el progreso social fuera una realidad.

Descanse en Paz Leonila Vázquez Alvízar, la esperanza del migrante.


 
 
 

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