Ramón Rocha Manilla*
“En muchos ámbitos, el conocimiento técnico complejo es necesario para empezar a hacer un diagnóstico acertado sobre los problemas a resolver que es el punto de partida indispensable.”.
Asa Cristina Laurell
Hace 11 años, a inicios de mayo de 2009 estaba iniciando la epidemia por influenza AH1N1. En ese tiempo me desempañaba como Coordinador de Enseñanza en la Clínica Hospital ISSSTE Orizaba-Veracruz, con un extraordinario equipo de Médicos Internos de Pregrado, y compañeras y compañeros de medicina preventiva, contando con la dirección del Dr. Rafael Poceros.
A diferencia de ahora, en ese tiempo la Secretaría de Salud no era tan transparente y técnica como ahora. La información que recibíamos los directivos encargados de atender el proceso educativo al personal médico era limitado a Instrucciones de la Dirección Adjunta de Calidad de la Secretaría de Salud, a correos electrónicos y a llamadas telefónicas que llegaban desorganizadamente y nos limitaban solamente a depender de tres grandes posibilidades: esperar la compra masiva del antiviral Oseltamivir (Tamiflú); esperar la creación y compra de la vacuna, y esperar la compra masiva de las pruebas rápidas.
La misma realidad vivíamos todo el sector salud: IMSS, ISSSTE, Secretaría de Salud y demás; esperar la llegada de las tres ansiadas estrategias de salud. En esta ocasión, deseo dedicar la experiencia a propósito del debate público, más político que científico sobre la presión de ciertos sectores, como el del gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, y el del mismo expresidente Felipe Calderón para la compra de pruebas rápidas ante la epidemia actual de COVID19.
Las pruebas rápidas son estrategias técnicas que buscan adelantar un diagnóstico ahorrando tiempo de una manera cómoda, pero no tan segura, ya que las pruebas rápidas dependen de la capacidad técnica de quien las hace, de los determinantes clínicos, inmunológicos, metabólicos y las condiciones físicas del paciente, por lo que estas pruebas pueden ayudar en el diagnóstico, pero también pueden ocasionar un problema, si por los determinantes mencionados, los resultados salen negativos, cuando en realidad son positivos. Siendo así, una persona enferma podría ser valorada erróneamente como sana y, de esa forma, podría seguir contagiando a otras personas al no tener recomendaciones y aislamiento, y lo peor para esa persona, podría regresar con un cuadro clínico agravado que por la pérdida de tiempo podría ser mortal.
En ese mayo de 2009 esperábamos las anunciadas pruebas rápidas que por millones compraba el gobierno federal. Mientras llegaban, como parte de las estrategias educativas del hospital, hicimos búsqueda de información al respecto, la cual nos orientaba a que las pruebas rápidas para influenza, además de ser caras, no eran confiables. Además que eran diagnósticas para influenza A, y no exactas para la influenza AH1N1.
Hacia la primera semana de mayo, una dotación celosamente cuidada de pruebas rápidas llegaba, y con ello una estrategia de capacitación emprendíamos en lo que pensábamos que no iban a ser la mejor orientación clínica; lo advertimos en la capacitación. Bajo las instrucciones recibidas, empezamos a capacitar al personal médico en cómo usar las pruebas rápidas, advirtiendo los riesgos en su confiabilidad. Así con la dotación de varias cajas de pruebas, empezamos a aplicarlas, de acuerdo al primer protocolo, solamente a los casos que cumplieran criterios de sospecha, como en esta ocasión del COVID-19, los casos con fiebre constante y dificultad respiratoria.
Los primeros días no tuvimos casos con criterios para realizar las pruebas, por lo que nuestra dotación bajaba lentamente. Días después la instrucción cambió: teníamos que hacer pruebas a todos los pacientes con infecciones de las vías respiratorias: así es como se logró acabar nuestra dotación. Los casos sospechosos evolucionaron muy bien: no tuvimos complicaciones, fue un ambiente muy sano.
En vísperas de su término, solicitamos fuera renovada nuestra dotación, pero esta no llegaba. Era un sábado de junio que me encontraba como asistente de la dirección, cuando el personal de urgencias me informó que se había acabado la dotación de pruebas y se tenía un paciente con infección de las vías respiratorias, por lo que llamé al Hospital Regional Río Blanco, con el asistente de la dirección, un querido amigo médico quien me dijo que ellos tampoco tenían pruebas. Con la confianza que nos tenemos me dijo: “no te preocupes, ya no hacen falta, ya no llegarán más pruebas”. Parece que la meta neoliberal de comprar insumos inservibles se había consumado.
Y así fue, las disposiciones siguientes por parte de la Secretaría de Salud era que ya no se necesitarían hacen más pruebas rápidas, y de acuerdo a las áreas administrativas nos enteramos que las miles de pruebas compradas se habían terminado y no se comprarían más.
A manera de colofón: las pruebas solo sirvieron para gastarse, nada más. El conocimiento técnico complejo nos llevará a ver que la mirada reduccionista a los problemas de salud se politizan a favor de los intereses neoliberales. Por eso, los invito a comprender el fenómeno del COVID-19 en una mirada compleja, y esto se puede encontrar en el micrositio de la Secretaría de Salud: https://coronavirus.gob.mx/.
*Médico y Sociólogo. Diputado local suplente por el XX Distrito Veracruz.
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